"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto"
«"Te
ruego -dice el hombre rico-, entonces, padre [Abraham], que mandes a
Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que,
con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de
tormento"... Abraham le respondió: "Si no escuchan a
Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un
muerto".» (Lc 16,27-28.31).
En
nuestros días parece estar ausente el valor de lo trascendental; nos
cuesta creer en una vida después de la muerte. Por diversos motivos,
hemos llegado a preferir los bienes de este mundo a los celestiales.
Sin embargo, el ser humano no fue creado por Dios para este mundo
pasajero, sino para la vida eterna. Por tal razón, los medios
terrenos no pueden convertirse en nuestros fines, más bien deben
estar al servicio de los bienes eternos del cielo. Esta verdad es la
que quiere ilustrar el Señor con la parábola del hombre rico y el
pobre Lázaro. Cristo quiere dejar claro que el paso por la vida
terrena es la única oportunidad que tenemos para ganar la vida
eterna y que el medio por excelencia para ganarla es el Amor. Amor
que debe ser traducido en entrega y servicio a los hermanos.
En
este sentido, sin pretender restar valor al relato original de la
parábola, nos atrevemos a presentar una modificación. Parece ser
que nosotros hemos sido más afortunados que los hermanos de la
parábola. Debido a que nuestro Hermano, que en esta vida fue rico en
amor y misericordia, por medio de su resurrección regresó de la
muerte para advertirnos del peligro que encierra el aferrarse a las
cosas de este mundo e invitarnos a ser partícipes de su misma vida y
gloria.
El
rico de la parábola de este domingo no se dio cuenta de esto a
tiempo y se condenó. En cambio nosotros, comportándonos como
hermanos astutos, aún estamos a tiempo para escuchar a Dios que nos
habla a través de su Palabra y salvarnos.
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